Nada tiene sentido de disfrute experimentando culpa, pues esta tratará de interponerse para, con su presencia, recordarnos que para que desaparezca no bastará el arrepentimiento. La culpa se adhiere a nosotros como la más adosada de las pieles, y se le añade la sensación de malestar y arrepentimiento que, mediante el canal del pensamiento, nos mortifica con su incesante condena.
El sentimiento de culpa puede ser más duradero que una condena carcelaria, pues nos hace prisioneros de la más difícil y deseada de las libertades: la interior. La culpa tiñe toda atmósfera vivencial. Su carga cada vez se puede hacer más pesada e incluso acabar siendo incorporada a la rutina mental, ya que como un ruido de fondo se mantiene tras los procesos mentales. Su disolución puede ser provocada por un tratamiento oportuno, por indiferencia o por su propio desgaste.
La ecuanimidad y la reflexión lúcida y consciente se convierten en herramientas para investigar el origen de la culpa, pues ésta a veces se camufla como una parte ya instalada de nosotros mismos. El sentimiento de culpa puede tener origen en creencias impuestas, altas expectativas respecto a uno mismo, relaciones basadas en proyectar culpa para ejercer la manipulación, tanto por parte de otros como nosotros mismos. Otras veces, el sentimiento de culpa tiene un carácter más leve, como saltarse la dieta, no ir al gimnasio… Pero en cada uno de los casos, la sensación es que nos hemos traicionado a nosotros mismos.
La culpa o el arrepentimiento producen una autoflagelación invisible hacia los demás. La consciencia se empaña y no ve más que la neblina de su sentimiento. La persona puede anhelar retroceder en el tiempo, pero empujada por el curso de la vida, siente que no queda otra alternativa que mirar hacia el frente.
El sentimiento de culpa que no se utiliza para reconocer el error y ejercitar el aprendizaje sólo consigue robar paz y sosiego, pues el sufrimiento impide que esa consciencia llegue a eclosionar en el sujeto. Las capas de culpa oscurecen cualquier florecimiento interior. Su fuerza compulsiva se va alimentando a medida que rumiamos pensamientos negativos. Al no llegar a ser enfriado por la lucidez y la compasión hacia nosotros mismos, el sentimiento de culpa puede ir depositándose en el inconsciente y reactivarse a la mínima experiencia que le despierte del letargo.
El sentimiento de culpa desgarra la paz interna, obnubila la consciencia y uno queda atrapado en la proyección de repercusiones negativas anticipadas. Sólo el anhelo de “desinstalar” la culpa nos puede hacer escudriñar en nosotros mismos hasta alcanzar el origen que promueve la culpa y descubrir el arsenal de miedos e inseguridades que la tejen.
Responsabilidad en vez de culpa
La culpa en sí no es provechosa, y desgasta la energía cuando no hay otro fin más concreto que el de la autocompasión y la confrontación con uno mismo. Sólo tiene sentido cuando se fusiona con la firme resolución de modificar la actitud y las acciones en cuanto la vida nos vuelva a presentar una ocasión similar a la que diera pie a la culpa.
El buscador comprende que la culpa desprende un hilo que, si lo sigue, le transporta hacia dentro. Trata de observar para no identificarse con ese proceso, entendiendo que sólo es una pequeña piedra dentro de un zapato y que a cada paso se manifiesta su molestia. Trata de analizar sus puntos de vista, inseguridades, miedos infundados y todo ese manantial de memorias instaladas que despiertan la incomodidad de la culpa. Desarrollando la atención y el discernimiento irá afrontando sus responsabilidades sin negligencias y eligiendo con cordura respuestas más conscientes y sabias.